
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». (S, Lucas 11, 1)
Hoy comenzamos un ciclo de catequesis sobre el «Padre Nuestro».
Los evangelios nos presentan retratos muy vívidos de Jesús como hombre de oración.
Jesús rezaba.
A pesar de la urgencia de su misión y el apremio de tantas personas que lo reclaman, Jesús siente la necesidad de apartarse en soledad y rezar.
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Jesús rezaba intensamente en los actos públicos, compartiendo la liturgia de su pueblo, pero también buscaba lugares apartados, separados del torbellino del mundo…
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Las últimas palabras de Jesús, antes de expirar en la cruz, son palabras de los salmos, es decir de la oración, de la oración de los judíos: rezaba con las oraciones que su madre le había enseñado.

Jesús rezaba como reza cada hombre en el mundo. Y, sin embargo, en su manera de rezar, también había un misterio encerrado, algo que seguramente no había escapado a los ojos de sus discípulos si encontramos en los evangelios esa simple e inmediata súplica:
«Señor, enséñanos a rezar» (Lc 11,1).
Ellos veían que Jesús rezaba y tenían ganas de aprender a rezar: “Señor, enséñanos a rezar”. Y Jesús no se niega, no está celoso de su intimidad con el Padre, sino que ha venido precisamente para introducirnos en esta relación con el Padre Y así se convierte en maestro de oración para sus discípulos, como ciertamente quiere serlo para todos nosotros.
Nosotros también deberíamos decir:
“Señor enséñame a rezar. Enséñame”.
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La Biblia también nos da testimonio de oraciones inoportunas, que al final son rechazadas por Dios: basta con recordar la parábola del fariseo y el publicano. Solo este último, el publicano, regresa a casa del templo justificado, porque el fariseo era orgulloso y le gustaba que la gente le viera rezar y fingía rezar: su corazón estaba helado. Y dice Jesús: éste no está justificado «porque el que se ensalza será humillado, el que se humilla será ensalzado» (Lc 18, 14).
El primer paso para rezar es ser humildes, ir donde el Padre y decir: “Mírame, soy pecador, soy débil, soy malo”, cada uno sabe lo que tiene que decir. Pero se empieza siempre con la humildad, y el Señor escucha. La oración humilde es escuchada por el Señor.
Por eso, al comenzar este ciclo de catequesis sobre la oración de Jesús, lo más hermoso y justo que todos tenemos que hacer es repetir la invocación de los discípulos: “¡Maestro, enséñanos a rezar!”.
Papa Francisco. audiencia Miércoles, 5 de diciembre de 2018
Esquema:
Jesús rezaba en : la sinagoga con su pueblo y, también, apartándose para hacerlo en soledad y silencio.
Aprendió de su madre la oración de los judíos: los salmos.
Es maestro de oración.
Nos enseña a rezar con humildad como el publicano
¡Jesús, enséñame a rezar!
A partir del minuto 9´55 leen el Evangelio en castellano.