Mensaje del Papa para la cuaresma (especial niños).

«La creación, expectante, está aguardando la manifestación de  los hijos de Dios» (Rm 8,19)

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, a través de la Madre Iglesia, Dios «concede a sus hijos anhelar, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que […] por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios» (Prefacio I de Cuaresma).

Cuando llega la cuaresma nos preparamos para la Pascua.

Deseamos que llegue la Pascua para que Jesús, después de haber padecido y muerto en la cruz, RESUCITE y nos salve de la muerte y del pecado.

Lo repetimos y celebramos todos los años al ritmo del calendario litúrgico hasta que el Señor nos llame con Él al cielo y lo celebremos ya por todo lo alto.

1. La redención de la creación

La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la misericordia de Dios.

Tú y yo colaboramos con la Creación de Dios si:

  • nos portamos como hijos de Dios.
  • hacemos su voluntad portándonos bien y cumpliendo los mandamientos.
  • Nos confesamos y estamos en gracia

Que nosotros estemos muy unidos a Jesús beneficia a toda la Creación. Porque cuidaremos;

  • de nuestra familia y amigos
  • de los animales y las plantas
  • reciclaremos y no ensuciaremos la naturaleza
  • ayudaremos a limpiar las orillas de ríos y mares…

Pero no siempre nos comportamos como hijos de Dios…

2. La fuerza destructiva del pecado

Efectivamente, cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas —y también hacia nosotros mismos—, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca.

(…)

. Si no anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de la Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del tener cada vez más acaba por imponerse.

Me alejo de Dios y me vuelvo egoísta cuando:

  • soy amigo si quiero conseguir algún cromo o ser más popular
  • No obedezco a mis padres y si no me dan lo que quiero grito y me descontrolo
  • maltrato a los animales para descargar mi rabia
  • le doy patadas a las plantas
  • me hago daño a mi mismo y soy tremendamente infeliz

Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo.

El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18).

(…)

Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil.

El pecado que anida en el corazón del hombre (cf. Mc 7,20-23) —y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio— lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio.

3. La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón

Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”:

«Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva.

Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co 5,17).

En efecto, manifestándose, también la creación puede “celebrar la Pascua”:

abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva (cf. Ap 21,1).

Y el camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual.

Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm8,21).

La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna.

Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas:

de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez,

a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón.

Ayunar (evitar o usar menos) de

  • malas palabras
  • discusiones
  • egoísmos
  • roblox, instagram, youtube…
  • Los mayores de 14 años deben además abstenerse de comer carne los viernes de cuaresma y el miércoles de ceniza. (abstinencia)
  • los mayores de 18 y hasta los 59 harán una sola comida fuerte al día y comerán poquito el resto. Será también el miércoles de ceniza y el viernes santo.

 Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. 

  • Buscar momentos y espacios para hablar con Jesús y acompañarlo camino del calvario.
    • levantándote unos minutos antes de la cama y hablar con Jesús mientras miras un paso del Via Crucis.
    • En tu rincón del mundo preferido.
    • Entrando un ratito en tu parroquia o en la capilla de tu colegio para acompañarlo junto al sagrario…

Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece.

Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.

Vive el amor de Dios

  • sonríe
  • sé generoso
  • ayuda en casa
  • comparte con los que no tienen…

Queridos hermanos y hermanas, la “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original (cf. Mc 1,12-13; Is 51,3).

Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que «será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21).

No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable.

Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión.

Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús;

hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales.

Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación.

Vaticano, 4 de octubre de 2018 
Fiesta de san Francisco de Asís

Francisco

Para padres y educadores:


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