
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos:
su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús:
“Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube:
“Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”.
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo:
“Levántense, no tengan miedo”.
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó:
“No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.
San Mateo 17,1-9.
Celebramos el domingo de la transfiguración del Señor.
San Lucas lo describe prácticamente con las mismas palabras. Puedes ver el comentario aquí.
¡Hola! Gracias por compartir.
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Gracias a tí por estar siempre ahí. Me das muchos ánimos para seguir. Un gran abrazo desde España Juany
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